Por Bernardo Congote Ochoa, miembro del Consejo Internacional de FyL.
Don Juan Tenorio no surgió gratuitamente en la España catolizada. Sería uno de sus hijos más preciados.
Inclusive porque, en comparación, Don Quijote habría terminado siendo rey de burlas. ¡Don Quijote!
Mientras que en la psique de nuestra cultura Don Juan terminaría calificado como arquetipo de la literatura española, Quijote habría terminado en el estante de los perdedores.
¿Por qué sinrazones? Porque la cultura hispano-católica, estructuralmente perdedora por hispánica y por católica, necesitaba exaltar a un perdedor como ganador y devaluar a un ganador como perdedor.
En efecto, nuestro Quijote fue capaz de hacer burla brillante de todas las cortesanías y mitos de la hispania naciente[i]. En paralelo, nuestro Don Juan se habría ocupado en jugar con su propia vida.
“Cuanto más hundidos vivan (los carneros) en la vida de la carne, tanto más limpias de brumas estarán sus mentes, y la música de tus palabras resonará en ellas mucho mejor que en la mente de los bachilleres del arte de Sansón Carrasco.»[ii]
No en vano, las aventuras de Don Juan dibujan dramáticamente la imposibilidad de su amor con Doña Inés. Mi sicoanalista me mostró hace ya varios años el fondo y la forma de este juego perverso (que yo jugaba).
Los “donjuanes” alucinamos con que jugamos con las damas; pero, en verdad, ellas también jugarían con los “donjuanes”. Don Juan también sería nada más que su juguete.
Jugando con las palabras, podría haber una relación entre la coquetería y la juguetería de Don Juan. Arriesgando equivocarme, se podría asociar coqueto con la raíz latina iocus: Gracioso, chistoso, bromista.
El jugador Don Juan coquetea arriesgando su vida emocional. Pero también sus damas lo hacen. Ellas juegan con la vida de Él pero, en jugando, también pierden las suyas.
¿Son acaso Ellas la contrapartida de Don Juan? ¿Acaso la coquetería no forma parte también del juego de ciertas damas? ¿Acaso para que existan donjuanes es necesario que existan doñajuanas?
Probablemente sí. En este juego ambos géneros terminarían siendo perdedores. Perderían los Donjuanes que pretenden jugar con Ellas y perderían las Doñajuanas que pretenden jugar con Ellos.
Y en este juego Pierde – Pierde ¿Qué sacaríamos Ellas y Ellos? ¿Existe algún placer perdiendo en el amor?
Probablemente sí. Un placer enfermizo. Huir. Esconder jugando nuestro miedo de amar. O peor, nuestra incapacidad para amar.
Es probable, por tanto, que por debajo de la gracia, la broma y la habilidad jugadora, Don Juanes y Doña Juanas hayamos evadido y no buscado hacer el amor.
Sobre todo porque hacer el amor significaría trabajo, dedicación, disciplina y esfuerzo, tal y como lo dibujó bellamente Fromm en su portentoso Arte de Amar.[iii] A mi prejuicio, superando al de Ovidio.
No se trataría de que la obra de Ovidio tuviera falencias, sino de que Fromm habría escrito del amor para y desde la modernidad. Escribió para nosotros aquí y ahora.
«El tercer error que lleva a suponer que no hay nada que aprender sobre el amor, radica en la confusión entre … ‘enamorarse’ y la situación permanente de… ‘permanecer’ enamorado.»[iv]
Es tan doloroso el resultado del coqueteo; es tan costoso el precio que pagamos los perdedores de ambos géneros, que los coquetos podemos terminar pagando el precio con la suerte de nuestros hijos.
Probablemente la coquetería irredenta de un conocido Don Juan habría llegado a que su única hija terminara, figurativamente, encerrada en la cárcel.
Precio altísimo. Insospechado. Y por supuesto inconsciente. Ni el padre ni la hija tendrían clara esta doble paradoja.
Sobre todo porque él sobreviviría convencido de que su coquetería habría sido una de sus más notables virtudes.
Y peor, porque su pareja, a la sazón madre de la hija presa, también habría alucinado jugueteando toda su vida con la precaria suerte de su Don Juan.
La verdadera virtud de la coquetería consistiría en establecer uniones perdedoras entre discapacitados para amar.
Congótica. Teniendo a Don Juan entre sus héroes, conviene pensar el hecho de que Latinoamérica hermana histórica de Norteamérica o de la misma África, se consolide como una sociedad perdedora.
Congótica 2. Cuba, Haití, Nicaragua, Venezuela, Colombia, Perú, Bolivia, Brasil o Argentina, constituirían algunas de las cuentas del rosario perdedor latinoamericano.
Congótica 3. No sería gratuito que el Vaticano siga haciéndose vocero del pobrismo (disfrazado de “amistad social”) como su bandera predilecta para Latinoamérica.[v]
[i] Unamuno, M. 1905. Vida de Don Quijote y Sancho. En Ensayos. Madrid: Aguilar. Tomo 1, Pp 71-366.
[ii] Ibidem, Pg. 127. (Paréntesis del blog).
[iii] Fromm, E. 1972. El arte de amar. Buenos Aires: Paidos.
[iv] Ibidem, pg. 14.
[v] Francisco. 2020. Fratteli Tutti. Encíclica.