Por Carlo Mercurelli
Director del Departamento Jorge Estrella de la Fundación Federalismo y Libertad
Publicado en Visión Liberal
En la tarde del lunes pasado el veredicto de las urnas ha confirmado el resultado que las previsiones consideraban más probable: la victoria del Sí, con el 69,96%. ¿Qué consecuencias tiene el referéndum de los días 20 y 21 de septiembre en el panorama político-institucional italiano?
Prima facie creo que el país se encamina hacia una democracia menos pluralista, en la que, por un lado, se reduce drásticamente la representación política y el espacio para el disenso y, por otro, se agudiza el fenómeno de la autorreferencialidad de la clase política.
En nombre de una reducción exigua del gasto público y de la convicción de que reduciendo la representación se consiga una mejor gobernabilidad, los ciudadanos italianos han decidido limitar su poder de influir, aunque sea de forma indirecta, en la definición de las leyes que regulan la vida en sociedad.
¿Cómo se pueden explicar las razones de esta elección, respecto de la cual menos de un tercio de los votantes expresaron su disenso? ¿Es posible interpretarla a través de la categoría del predominio de los instintos de la antipolítica y del pasotismo?
Sin duda el fenómeno de degeneración patológica de la clase política italiana, la profunda distancia que existe entre las instituciones y los ciudadanos, la percepción del diputado y del senador como miembros de un organismo separado de la sociedad civil y sus instancias, ha contribuido a fortalecer el sentimiento “anti-casta”, sin hacer la distinción adecuada entre el papel esencial del parlamento en una democracia liberal y la decadencia de quienes representan las instituciones.
Precisamente el recorte de los parlamentarios[1], decidido con el voto del 20 y 21 de septiembre, constituye una de las mayores preocupaciones, ya que junto a la menor importancia de los territorios en el marco del proceso legislativo, la acción de control del Parlamento sobre la acción del gobierno, a causa de la multiplicación de sus tareas, inevitablemente se debilitará.
El resultado del referéndum trae consigo toda una serie de problemas complejos. En resumen: la Cámara y el Senado deberán adecuar su funcionamiento y modificar su reglamento. Con la victoria del Sí también será necesario revisar la ley electoral, rediseñar las circunscripciones y probablemente estudiar una nueva elección del Presidente de la República.
En definitiva, la decisión de reducir los parlamentarios parece ser la forma más inadecuada posible de responder a dos preguntas reales e improrrogables: a) ¿cómo se puede detener la tendencia que ha visto, en las últimas décadas, la democracia como expresión de un proceso en el que los ciudadanos se han convertido progresivamente en el objeto pasivo de las decisiones políticas? b) ¿Cómo se restablece una auténtica relación de confianza entre sociedad civil y sociedad política?
Personalmente, creo que el restablecimiento de la dirección correcta del sentido del vector de la voluntad política, es decir de abajo hacia arriba, el deseo sincero de evitar que las personas se queden al margen de los procesos de toma de decisiones y la recuperación del vínculo entre representantes y representados, no pasa por esta reforma inoportuna, sino por la capacidad de regenerar la dimensión participativa.
En la lección de Dewey, Dahl y Macpherson[2], en la capacidad de ofrecer, con espíritu crítico-normativo, una respuesta que -sin salir del álveo de la democracia liberal- sea capaz de ofrecer una visión de la misma no solo como forma de gobierno, sino como expresión de la democratización de la vida asociada, creo que es posible reconstruir los cimientos de una auténtica república parlamentaria. Aquí es donde se origina el desafío de los liberales y de los demócratas, ya que ese 30% de ciudadanos que votaron por el NO, creen en el papel del parlamento y de los partidos, sin los cuales, como escribió Kelsen en uno de los momentos más difíciles del siglo XX, no puede existir la misma democracia[3].
[1] De 945 parlamentarios (630 diputados y 315 senadores) a 600 (400 diputados y 200 senadores).
[2] Cfr. J. Dewey, Comunità e potere (Título original: The Public and its problem, 1927), La Nuova Italia, Firenze 1971;
- A. Dahl, La democrazia e i suoi critici (Título original: Democracy and Its Critics, 1989), Editori Riuniti, Roma 1990;
- B. Macpherson, La vita e i tempi della democrazia liberale (Título original: The life and times of liberal democracy, 1977), Il Saggiatore, Milano 1980.
[3] H. Kelsen, Essenza e valore della democrazia (Título original: Vom Wesen und Wert der Demokratie, 1920-1929), trad. it. in H. Kelsen, La democrazia, il Mulino, Bologna 1984, págs 56-62.