Por ALBERTO BENEGAS LYNCH

De entrada decimos que la mejor definición del liberalismo es el respeto irrestricto por los proyectos de vida de otros. Es una tradición de pensamiento basada principalmente en la moral que además permite el mayor progreso material, especialmente para lo que menos tienen.

Frente a esta posición están quienes sostienen que deben dejarse de lado las autonomías de las personas en pos de un supuesto bien común que en verdad es inexistente debido principal aunque no exclusivamente al ataque a la institución de la propiedad. Comenzando por el propio cuerpo, luego por la libertad para expresar el pensamiento y, finalmente, por el uso y disposición de lo adquirido lícitamente.

Es del caso detenerse en esto último. Cuando los aparatos estatales intervienen en los precios están, de hecho, interviniendo en la propiedad puesto que son el resultado de arreglos contractuales libres y voluntarios. En el extremo, al abolir la propiedad como aconseja el Manifiesto Comunista de Marx y Engels, el sistema económico se queda sin las únicas señales para operar, es decir, los precios. En este caso no se sabe si conviene construir los caminos de oro o de asfalto y si alguien levanta la mano y dice que con el metal aurífero sería un derroche es porque recordó los precios relativos antes de eliminar la propiedad privada.

En otros términos, no hay tal cosa como una «economía socialista» puesto que no puede economizarse donde no hay contabilidad ni evaluación de proyectos. Y si en lugar de abolir la propiedad, los gobiernos la distorsionan, en esa medida los precios quedarán desfigurados con lo que el derroche será en esa misma medida.

A su vez, el derroche de capital inexorablemente reduce salarios e ingresos en términos reales puesto que el volumen de inversiones es la única causa de la mejora en el nivel de vida. No hay magias. Sería interesante que los salarios pudieran elevarse por decreto, con lo que habría que dejarse de timideces y hacernos todos millonarios.

Ahora bien, el mensaje liberal no siempre es claro, demos solo cuatro ejemplos para ilustrar la idea. En primer lugar las recetas del llamado «ajuste» o el «shock». Ya bastantes ajustes y shocks tiene la gente desde que se despierta hasta que se acuesta para agregar reveses adicionales. De lo que se trata es de adoptar medidas responsables y prudentes para que la gente engrose sus bolsillos que han sido diezmados por el Leviatán al encarar actividades que no son propias de un sistema republicano y que empobrece a todos.

En segundo lugar, debería dejar de hablarse de «inversión pública» puesto que se trata de una contradicción en los términos. Cuando se ahorra se abstiene de consumir para invertir y este es un proceso por parte de quienes estiman que el valor futuro será mayor que el del presente. Esto me recuerda a la disposición argentina en la época del Dr. Alfonsín en cuanto a la implementación del así llamado «ahorro forzoso». No hay tal, se trataba de una exacción adicional. En las cuentas nacionales las mal llamadas inversiones públicas debieran computarse como gasto en activos fijos para diferenciarlos de los gastos corrientes.

Por otra parte, la ilusión de la inversión pública desconoce que, fuera de las misiones específicas del gobierno de una sociedad abierta de seguridad y justicia (que habitualmente son las faenas que no cumple para expoliar el fruto del trabajo ajeno), la asignación de recursos siempre es en una dirección distinta de la que hubiera decidido la gente (si fuera la misma dirección no habría necesidad de emplear la fuerza con ahorro de gastos administrativos).

Y no se diga que el voto suple esas decisiones puesto que la característica del proceso electoral es que se hace en bloque sin inmiscuirse el político en el caso por caso, a diferencia de los votos que se depositan cotidianamente en el supermercado y afines donde las compras y abstenciones de comprar revelan las cambiantes necesidades.

En tercer término, es útil precisar qué es el tan debatido «gradualismo». Si las medidas de orden financiero son buenas, cuanto antes se adopten mejor es. El decimonónico Frédéric Bastiat sostenía que cuando el gobierno se apoderaba de recursos más allá de las antedichas funciones específicas «se trata de robo legal». Si a un transeúnte le arrancan su billetera, una vez apresado el ladrón se debe reintegrar el botín a su dueño pero no gradualmente.

Por último, hay liberales que insisten con lo de «clases sociales» sin percatarse del significado de esa expresión. No hay clases o naturalezas distintas de personas, son todos seres humanos. El marxismo es consistente al haber propuesto esa denominación puesto que estima que la clase proletaria tiene una estructura lógica diferente a la del burgués, aunque nunca se explicó en qué se diferencia del silogismo aristotélico. Esa concepción la adoptó Hitler en su sistema criminal donde tatuaba y rapaba las víctimas para distinguirlas de sus victimarios.

Si se quiere aludir a los diversos ingresos, es mejor hacer referencia a los altos, medios y bajos pero hablar de «clase baja» es además repugnante, «alta» es estúpido y «media» es anodino.