Por Bernardo Congote

 

Alberto felicitó a Petro por su elección presidencial en Colombia. Pero lo hizo como el ladrón que señala para otro lado gritando: >>¡Atajen al ladrón!>>.

Colombia está en riesgo de caer en el maloliente abismo populista latinoamericano. Una cosa llamada “izquierda” acosa la región desde López Obrador y Bukele siguiendo por Maduro, y pasando por Petro que estaría tomándose las manos con Alberto, Boric y Castillo.

Probablemente el resurgimiento regional del populismo izquierdoso descanse en que, primero, no amenaza romper los privilegios de los estratos altos y, segundo, promete mantener a los pobres aguantando hambre sólo que a nombre de la revolución.

Porque muy poco se habla del profundo daño que está sufriendo la clase media. Ejemplo de cómo la pobreza tiene salida y, de cómo sí es posible hacerse próspero socialmente, nuestra clase media tiende a ser la víctima propiciatoria de estos experimentos izquierdo-populistas.

El caso de la Argentina resultaría paradigmático. Gracias a los nefastos planes sociales, por décadas la Argentina ha mantenido a la mitad de su población bordeando la línea inferior de la miseria.

Unos parasitando directamente de las limosnas que vienen desde los impuestos y los otros parasitando como funcionarios estatales cuya productividad podría acercarse a cero.

Ambos tipos de miserables succionan inmisericordemente la delgada capacidad productiva de la clase media que trabaja.

En el entretanto,  el cada vez menos competitivo empresariado argentino se debate entre los ataques que le lanzan los populistas K contra el campo, el bloqueo estructural a las exportaciones por la vía del escaso flujo de divisas y, los más “afortunados”, doblegados por una contratación pública que entrega a dedo la mafia K entre sus amigos.

Los ricos se han venido asegurando al expatriar en dólares su plusvalía hacia paraísos fiscales o inversiones inmobiliarias en Estados Unidos o Europa -como lo practica la muy cínica familia K-.

Por estas razones podría aventurarse la hipótesis que, por supuesto sería válida desde hoy para Colombia y se viene ensayando en Venezuela, Nicaragua, El Salvador, Perú y Venezuela, según la cual los destinos de la clase media regional oscilan entre la diáspora o el empobrecimiento.

Colombia contabiliza desde hace ya varios quinquenios -merced a su eterna guerra civil y su alarmante distribución de ingresos-, una de las más altas tasas de desplazamiento emigrante en la región, a la que se vienen sumando Venezuela, la propia Argentina y, de pronto, podría reventar en Chile.

De modo que el peor escenario colombiano profundizaría aquellas diásporas, sumándose nuestros pasaportes a la lista de los parias regionales que salen expulsados de países donde el verbo TRABAJAR se convirtió en el estigma de la clase media.

Tal como lo viene probando con creces la mafia K combinando corralitos con hiperinflación y dolarización vergonzante, el entramado populista se ha bien nutrido de la estafa católica convirtiendo a la pobreza como virtud salvadora.

No en vano las iglesias, cuyas limosnas siempre crecen agarradas del bolsillo villero o los magros ahorros clase medistas, son las agazapadas impulsoras del populismo jesuita.

No se explicaría de otra forma el éxito que conserva por doquier la Compañía de Jesús SA dedicada a educar a la juventud latinoamericana en el culto al pobrismo como camino redentor.

Por ello en la Argentina los empresarios se han acomodado al empobrecimiento creciente porque, salvaguardadas sus ganancias en el extranjero, reciben de la mesa contratante del epulón camporista, las migajas de la obra pública, tal como terminó probado en la causa de Los Cuadernos.

Y allí como en el resto de América Latina, los pobres que ya lo eran, lo siguen siendo a nombre de las esperanzas que explotan audazmente los herederos de la religión de la miseria mientras la clase media empaca sus bienes caminando hacia el destierro.