Por Carlo Mercurelli
Director Departamento Jorge Estrella – Fundación Federalismo y Libertad
Hoy se celebra el quinto centenario de la fijación de la 95 tesis, elaboradas por Martín Lutero, en la puerta del castillo de Wittemberg. El acto con el cual el monje eremita agustiniano denuncia el comercio de las indulgencias y critica abiertamente asuntos centrales de la teología apostólico-romana, determina una profunda brecha en el seno de la cristiandad. La ruptura abierta por Lutero con la explícita acusación dirigida hacia Roma y la sucesiva decisión de quemar la bula de excomunión, Exsurge Domine, emitida contra él por Papa León X (Giovanni de’ Medici)- causan una irremediable rotura que da inicio a aquel articulado proceso de reforma religiosa que, en breve tiempo, hará prosélitos en muchos países de Europa.
Individualismo religioso y político
¿Por qué es necesario recordar un evento así remoto? ¿Cuáles son las consecuencias y las transformaciones que la acción del teólogo sajón determina? ¿Sus escritos en qué medida representan hasta hoy un punto de referencia?
La obra de Lutero constituye el primer paso hacia la modernidad porque propone una nueva visión del mundo y una renovada concepción del hombre. No es un caso si Nicola Matteucci, en la reconstrucción de las etapas de «nacimiento y desarrollo» del liberalismo, afirme que, junto al rol del Renacimiento, sea decisivo el aporte de la Reforma Protestante, cuyo promotor indiscutido es el fraile de Eisleben. Ésta, escribe el politólogo italiano, «lleva a la doctrina de la libre interpretación, desarma el principio de la jerarquía eclesiástica como órgano de mediación entre el hombre y Dios y emancipa la conciencia del individuo […], que en el ascesis intramundana disciplina racionalmente toda su vida[1].
En la perspectiva teológica luterana[2], en sustancia, se encuentran algunos de los pilares fundamentales sobre el cual se sostiene el mundo moderno, primero entre todos lo de hacer prevalecer las exigencias espirituales de la persona respecto al paternalismo autoritario de la sociedad de ancien régime. Uno de sus méritos principales es desde luego lo de haber erosionado la concepción organicista de la sociedad de su tiempo, abriendo las puertas a los principios del individualismo[3].
Este último es un punto particularmente decisivo porque, como escribe Nadia Urbinati, si la revolución francesa difunde la que la literatura política católica, por mucho tiempo, define como la «la “enfermedad” del individualismo, sin embargo había sido la Reforma protestante a haber incubado el germen, porque a partir de la desobediencia religiosa se hubieran determinado todas las otras formas de insubordinación. La presunción de leer e interpretar los textos sagrados sin un guía superior y externa y la glorificación de la conciencia habiendo sido la semilla de la teoría de los derechos naturales y por fin del liberalismo político»[4]. La reforma religiosa luterana en suma a través de la dimensión del individualismo religioso allana el camino al individualismo político. El primero, en efecto, basado en la libertad de juicio, encaminada para lograr la búsqueda autónoma de la verdadera fe -produciendo la repulsión de la autoridad eclesiástica y su voluntad de imponer lo que, en cambio, estaba visto como un trayecto crítico, que se cumplía en la conciencia- determina, desde un punto de vista práctico, la voluntad de los hombres a reclamar una esfera de acción igualmente libre de la interferencias del poder político.
Los albores del proceso educativo
El mensaje de Lutero con su carácter innovador [5] representa una de las fracturas más netas con el mundo medieval y un puente ideal que lleva, a través del Siglo de las Luces, a las revoluciones atlánticas del siglo XVIII. La distancia con el medievo, expresado con la petición de la libre interpretación de los textos sagrados, lleva con sí otro dato de profunda modernidad, constituido por el arranque de un amplio y articulado proceso educativo. El ejercicio de exégesis crítica, en efecto, no podía no basarse en una condición previa, o sea la capacidad de saber leer. Tal intrínseca necesidad favorece, como escribe Bianca Spadolini, «la difusión de la educación primaria en el Norte de Europa». Las primeras disposiciones inherentes a la enseñanza elemental, sigue la estudiosa italiana, «fueron promulgadas por la ciudad de Weimar en Sajonia, en 1619; todos los niños tenían que frecuentar la escuela durante todo el año […]. La ciudad vecina de Gotha, en 1642, estableció también un sistema de multas por los contraventores. Muy rápidamente toda la Alemania protestante adoptó el sistema obligatorio de asistencia en la escuela primaria, seguida por Suecia, Dinamarca y las Provincias Unidas Holandesas»[6]. Más allá de las diferencias de los resultados conseguidos en las diversas áreas protestantes de Europa, un dato es indicativo para subrayar, por un lado, el significado revolucionario del input luterano, por otro lado, las evidentes desigualdad con los países católicos. En efecto si comparamos, en el marco del siglo XVII, el nivel de alfabetización de los estos últimos con lo de los primeros, los resultados son inequívocamente reveladores de un gap radical entre las dos partes del continente. Considerando, por ejemplo, la encuesta demográfica, patrocinada por el ministro de Educación francés, Jules Ferry, en 1880, emerge, como escribe Sapdolini, que «solo el 25% de la población francesa era capaz de firmar en el periodo entre 1686 y 1690, en cambio los ingleses, en el año 1701, eran el 51%»[7] . Esta tendencia, que sigue en el siglo sucesivo, agudiza la distancia entre el área mediterráneo-católica y la atlántico-protestante, en la cual, como recuerda el historiador Fabrizio Del Passo, algunos Países como Suecia, Escocia e Inglaterra «llegaron a lograr (o por lo menos se acercaron) el tope de la alfabetización universal, antes del siglo XIX»[8]. No provoca maravilla por lo tanto si los principales procesos económicos y políticos de la edad moderna (revolución industrial y difusión de las libertades civiles) hayan ocurrido en los países en los cuales se enraíza la Reforma.
El legado de Lutero
En el acto de Wittenberg, pasado justo 500 años atrás, en sustancia, se coloca la divergencia entre hombre medieval y el individuo moderno, que descubre el problema de la libertad. En la radicalidad de aquel gesto valiente, que desafía el poder constituido, Martín Lutero pone los cimientos de todas las revoluciones de los siglos siguientes. El reformador alemán, en efecto, anuncia la modernidad y trazando las líneas del individualismo, delinea las bases de aquella especulación que originará, en área protestante, la doctrina del contractualismo iusnaturalista.
[2] Lutero no admite la presencia del sacerdocio como intermediario entre Dios y los fieles y apoya la doctrina del sacerdocio de los creyentes. El monje alemán reduce el número de los sacramentos, reconociendo solo la eucaristía, el bautismo y la penitencia, pues tienen sus fundamento en la Sagrada Escritura, en cambio los otros han sido instituidos por la autoridad eclesiástica. Lutero afirma el principio del “libre examen”, por el cual cada creyente puede relacionarse directamente con el texto sagrado, e interpretarlo, sin la intervención de los curas. Con esta finalidad traduce la Biblia en alemán, solicitando su difusión entre los creyentes para que puedan leerla sin el filtro impuesto por la Iglesia católica. Cpd. L. Febvre, Martín Lutero, Bari, Laterza, 1969.
[3] Precisa subrayar que junto a las posiciones que atribuyen a Lutero la capacidad de haber encaminado el desarrollo del proceso de adquisición de la libertad y del autoconciencia, aspectos típicos de la modernidad, otros estudiosos critican radicalmente su visión política, que viene juzgada como iliberal y autoritaria. Entre otros, el historiador Luigi Firpo, por ejemplo en la introducción a la colección de los Scritti politici (Escritos políticos) de Lutero, afirma: «La doctrina política luterana termina siendo una desolación sin esperanza: el orden vigente se concreta en un estatismo negador de todos los progresos, vienen negados los elementales derechos de la persona humana, el príncipe siempre viene justificado, o como gobernador sabio, o como flagelo de Dios; el mundo se redice a una turba de condenados duramente coartados en un sistema de contriciones exteriores». Cpd. L. Firpo, Introduzione en (a cura di) G. Panzieri Saija, Martín Lutero. Scritti politici, Utet, Torino 1949, pp. 18-19. La traducción en nota es mía. Las consideraciones de Firpo señalan un tema particularmente debatido en la segunda mitad del siglo XX, es decir las consecuencias del pesimismo antropológico luterano que, juntas al dato de la irreprimible dimensión individualista del alma humana, presentan algunas líneas del desarrollo de la doctrina política absolutista. En particular algunos estudiosos, como, por ejemplo, Gabriela Cotta, han sostenido que la exasperación luterana de la maldad humana, que necesariamente implica un estado de constante conflictividad, anticipe, en forma teológica, el concepto del homo homini lupus hobbesiano, determinando la organización de un orden político que, para gobernar los deseos contrapuestos de los hombres, tiene que asumir las formas de un poder absoluto y de una fuerza ilimitada que por los menos aseguren una paz exterior. Significativos, en tal sentido, son algunas partes del escrito de Lutero Sobre la Autoridad Secular, en el cual el teólogo alemán afirma que no se puede imaginar de «gobernar el mundo según el Evangelio y abolir el derecho y la espada secular», porque de esta forma «se soltarían lazos y cadenas de las bestias salvajes y feroces [que] podrían devorar y lacerar a todos». Cpd. M. Lutero, Sull’Autorità Secolare, en (a cura di) G. Panzieri Saija, Martin Lutero. Scritti politici cit. p. 404. La traducción en nota es mía. Con respecto a las analogía entre la reflexión luterana y la construcción teórica de Thomas Hobbes, se vea G. Cotta, La nascita dell ’individualismo político. Lutero e la política della modernità, Il Mulino, Bologna 2002.
[4] N. Urbinati, “Individualismo democrático”. Emerson, Dewey e la cultura política americana, Donzelli Editore, Roma 2009, p. 23. La traducción en el texto es mía. La “enfermedad” individualista, como la definía, por ejemplo Joseph De Maistre, tenía su precursor en Martín Lutero, que venía juzgado por el intelectual católico francés como la expresión del «protestantismo político llevado hasta el individualismo más exasperado. “Protestantismo político”, o sea individualismo político o de los derechos individuales, desde el cual habían nacido la teoría de la legitimación popular de la soberanía y por fin la justificación de la revolución». Cpd. Ibidem. La traducción en nota es mía.
[5] El filósofo y politólogo alemán Eric Voegelin, analizando la contigüidad entre ilustración y revolución en el área germánica, pone en evidencia la función decisiva de la Reforma luterana que, a su juicio «fue el primer paso hacia una revolución alemana», porque, por un lado, «derrocó la fe en la autoridad, pero restaurando la autoridad de la fe», por otro lado, «liberando el hombre de la religiosidad exterior, transformó la religiosidad en la interioridad del hombre». Cpd. (a cura di) D. Caroniti, Eric Voegelin. Dall’illuminismo alla rivoluzione, Gangemi Editore, Roma 2005, p. 313. La traducción en nota es mía.
[6] B. Spadolini, Educazione e società. I processi storico-sociali in Occidente, Armando Editore, Roma 2007, p. 195. La traducción en el texto es mía.
[7] La estudiosa además subraya que «la Francia era el País más avanzado entre los católicos». Cpd. Ivi, p. 197. La traducciones en el texto y en nota son mías.
[8] F. Del Passo, Storia dell’educazione in Europa, en “Atti del centro italiano di Solidarietà”, Media Print, Roma 2003, p. 13. La traducción en el texto es mía.
Carlo Mercurrelli, Director Departamento Jorge Estrella Fundación Federalismo y Libertad
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