*Por Bernardo Congote
Finalizando su rueda prensa en el Senado una semana atrás, Pichetto dejó traslucir cierto voluntarismo católico. Algo demagógico en él, por cuanto se le identificaba marcando distancia con las sotanas. Pero propuso que el proceso de cambio por emprender, debería contar también con la iglesia católica. Porque, le oí argumentar a favor de ella, que habría <<mantenido firme su compromiso protector de los pobres>>[i].
Sin descartar que la pifia sea calculada (¿táctica de acercamiento a Vidal, confesa católica?) no se la debería pasar por alto. No extraña que personas de cierta sindéresis como el citado, caigan en las arenas movedizas vaticanas. Des educados en estos lares por las escuelas católicas, inclusive los más avezados ni piensan, ni preguntan ni cuestionan lo que le atañe a la citada iglesia. Sinrazones por las cuales muchos políticos arriesgan caer en trampas ¡y halarnos a los demás hacia ellas!
La iglesia defiende una red de valores degradantes. Su partido político es ella misma, por supuesto agazapada bajo la bandera de que <<protege a los pobres>>. Esto es lo que le ha permitido moverse a placer (léase recibiendo privilegios impositivos, educativos y políticos) en las aguas más turbias del planeta. Pero si Juntos por el cambio se dejara enredar en esta red, las cosas cambiarían para no cambiar. Caería la Argentina en otro gatopardismo.
Por una parte, porque la iglesia no cambia algo. Comenzando por ella misma. Si hubiera dudas, su tramoya mejor elaborada habría sido el Concilio Vaticano II. Y, peor, porque en efecto sí protege a los pobres ¡para que se mantengan pobres! O sea, para que la pobreza no cambie.
La iglesia es un aparato político disfrazado de consignas escatológicas. Su poder, materializado en el Estado Vaticano, es inusitadamente fuerte en lo económico (su poder financiero es tan notable como inconmensurable); fuerte en lo militar (<<instruye>>mediante sus llamados obispados castrenses, el argentino entre ellos, a policías y militares de aproximadamente en 40 países del planeta) y fuerte en lo diplomático (el llamado nuncio apostólico vaticano suele ser la cabeza del cuerpo diplomático en algunos países, incluso en los que el Estado se anuncia laico[ii].
Paradójicamente, lo político es su talón de Aquiles. La iglesia católica es un aparato dictatorial. El llamado <<papa>> ejerce el poder ejecutivo del Estado gracias a elecciones secretas en las que el <<pueblo de dios>> no tiene alguna injerencia; y, en calidad de tal, el dictador determina el funcionamiento del poder judicial vaticano (vía un sinuoso derecho canónico) y también la emisión o no de las leyes que operan en el ámbito eclesial planetario. Tal vez ninguno de los dictadores civiles posea en el planeta tales poderes. Ni Putin, ni Erdogan, ni Xi ostentan, hoy, tanto poder como Bergoglio[iii]/[iv]. (El buenazo de Francisco).
Con base en lo anterior conviene advertir, de una parte, que no combina en absoluto llamar a la iglesia para que, como lo sugiere Pichetto, acompañe en la Argentina en el fortalecimiento de su frágil proceso republicano. Ello equivaldría a <<llamar al Demonio para que fabrique las hostias>>. La iglesia, tal como lo ha probado por siglos y lo ha reprobado en la Argentina por décadas, es afecta a todo formato dictatorial y opositora de cualquier proyecto civilista.
Pero entonces: ¿qué hacer con los pobres? ¡Hacerlos ricos! La prosperidad es la enemiga más contundente del entramado católico. Para la muestra, su debilidad creciente en los países más prósperos. Ninguna prueba más contundente de su trampa empobrecedora sería la de que Bergoglio fue hecho papa por latinoamericano, nada más. Todo porque Latinoamérica es el último bastión donde el llamado <<pueblo de dios>> conserva las mayores tasas de pobreza y miseria. La iglesia, en Latinoamérica, lo único que protege es el flujo continuo de las limosnas que suelen salir generosas desde los miserables.
La iglesia se alimenta de los pobres. En absoluto les alimenta a ellos. La pobreza ha sido, desde Roma, la mejor aliada del llamado <<proyecto divino>> católico. De allí que Pichetto tenga, contradictoriamente, razón en llamarla <<protectora de los pobres>>. La que invalidaría de plano cualquier posibilidad de contar con ella para el proyecto democrático argentino. Ni ayer, ni hoy, ni mañana.
Parafraseando a Serrat, con la iglesia habría que tener clara la máxima de que <<si no fuera tan dañina, produciría lástima>>[v].
Congótica. El Estado Vaticano es una herida abierta cuya pus explica, en buena parte, la degradación autoritaria del occidente cristiano.
*Miembro del Consejo Internacional de la Fundación Federalismo y Libertad (www.federalismoylibertad.org), profesor universitario colombiano y autor de La Iglesia (agazapada) en la violencia política (www.amazon.com).
Junio 2019
[i] Video disponible en youtube.
[ii]El autor ha expuesto ampliamente estos argumentos en su libro: (2011). La iglesia (agazapada) en la violencia política. Charleston, EU: Edición propia disponible en www.amazon.com
[iii] Libro, Cit.
[iv] El citado libro es, al tiempo, resumen del documento: (2002). Anatomía religiosa de la guerra. Bogotá: Universidad de los Andes, Departamento de Ciencia Política. Tesis para optar a la Maestría de Ciencia Política.
[v] Serrat, J. <<Los macarras de la moral>>. Canción.