Por Alberto Benegas Lynch (h)*
Resulta llamativo que haya quienes se afanan por correr tras las estadísticas de la coyuntura sin percatarse de que lo que se requiere es un debate de ideas y de hechos históricos, a partir del cual la coyuntura se corregirá por añadidura. En este contexto, es en verdad curioso que se presenten peronistas alegando que quieren salvar lo que queda de la República haciendo caso omiso de sus propios orígenes y del sistema autoritario impuesto por Perón.
Transcribo, del eminente constitucionalista Juan A. González Calderón, un fragmento de su obra No hay Justicia sin Libertad . Poder Judicial y Poder Perjudicial (Víctor P. de Zavalía Editor, 1956) : «Empecé a escribir este libro hace no mucho tiempo, en 1951, y lo he preparado durante una tarea interrumpida frecuentemente, a veces con intervalos de largos paréntesis, por precaución, para que sus páginas no cayeran en poder de alguna de esas visitas nocturnas de la policía dictatorial, tan violentas y torturantes en el régimen ominoso que hemos sufrido los argentinos nada menos que en el curso de diez penosísimos años. […] La tiranía había abolido, como es de público y completo conocimiento, todos los derechos individuales, todas las libertades cívicas, toda manifestación de cultura, toda posibilidad de emitir otra voz que no fuese la del sátrapa instalado en la Casa de Gobierno con la suma del poder, coreada por sus obsecuentes funcionarios y legisladores, por sus incondicionales jueces, por sus domesticados sindicatos y por sus masas inconscientes».
El 21 de junio de 1957, Perón le escribe desde su dorado exilio a John William Cooke: «Los que tomen una casa de oligarcas y detengan o ejecuten a los dueños se quedarán con ella. Los que tomen una estancia en las mismas condiciones se quedarán con todo, lo mismo que los que ocupen establecimientos de gorilas y los enemigos del pueblo. Los suboficiales que maten a sus jefes y oficiales y se hagan cargo de las unidades tomarán el mando de ellas y serán los jefes del futuro» ( Correspondencia Perón-Cooke , Garnica Editor, 1973).
Perón alentó las «formaciones especiales» (un eufemismo para enmascarar el terrorismo) y felicitó a los asesinos de Aramburu y todas las tropelías de forajidos que asaltaban, torturaban, secuestraban y mataban. Declaró que «si la Unión Soviética hubiera estado en condiciones de apoyarnos en 1955, podía haberme convertido en el primer Fidel Castro del continente» (Montevideo, Marcha, febrero 27, 1970). Al poco tiempo, en su tercer mandato, al percatarse de que ciertos grupos terroristas apuntaban a copar su espacio de poder, los echó de la Plaza de Mayo durante un acto y montó desde su Ministerio de Bienestar Social otra estructura terrorista con la intención de deshacerse físicamente del otro bando. En ese tercer mandato, reiteró la escalada de corrupción y estatismo a través de su ministro de Economía, retornando a una inflación galopante, controles de precios y reinstalando la agremiación autoritaria de empresarios y sindicatos.
Con el peronismo se consolidó la reversión de la admirable tradición argentina desde su Constitución liberal de 1853 hasta la revolución del 30, tradición que atrajo la atención del mundo por las condiciones de vida del peón rural y del obrero de la incipiente industria, razón por la cual la población se duplicaba cada diez años en multitudinarias oleadas de inmigrantes atraídos por los salarios mucho mayores que los de Suiza, Alemania, Francia, Italia y España, que venían a estas costas a «hacerse la América». Algunos incluso nos visitaban sólo para recoger cosechas (los trabajadores «golondrina») y se volvían a sus pagos a disfrutar de los ingresos obtenidos. Los que se quedaban ahorraban en pequeños terrenos y departamentos, pero fueron posteriormente esquilmados por Perón con las consabidas legislaciones de alquileres y desalojos, y rematados con inauditos «planes quinquenales» que hicieron que en el país del trigo escaseara el pan. Se estatizaron empresas, con lo que comenzaron las situaciones de angustia deficitaria, y se monopolizó el comercio exterior a través del IAPI, que también constituyó una monumental plataforma para el enriquecimiento de funcionarios públicos.
En el período 1945-1955, el costo de vida se incrementó en un 500%, y después de la afirmación de Perón de que no se podía caminar por los pasillos del Banco Central debido a la cantidad de oro acumulado, la deuda pública se multiplicó por diez en los referidos años de su gobierno, tal como puntualiza Eduardo Augusto García ( Yo fui testigo , Luis Lassarre y Cía., 1971).
Ezequiel Martínez Estrada apunta: «Perón organizó, reclutó y reglamentó los elementos retrógrados permanentes en nuestra historia. […] Eran las mismas huestes de Rosas, ahora enroladas en la bandera de Perón, que a su vez era el sucesor de aquel tirano» ( ¿Qué es esto? Catalinaria , Editorial Lautaro, 1956).
Por su parte, Américo Ghioldi escribe: «Eva Duarte ocupará un lugar en la historia de la fuerza y la tiranía americana […] el Estado totalitario reunió en manos de la esposa del Presidente todas las obras […] el Estado totalitario había fabricado de la nada el mito de la madrina […] en nombre de esta obra social la Fundación despojó a los obreros de parte se sus salarios» ( El mito de Eva Perón , Montevideo, 1952).
Nada menos que Sebastián Soler, como procurador general de la Nación, dictaminó: «Antes de la revolución de septiembre de 1955 el país se hallaba sometido a un gobierno despótico y en un estado de caos y corrupción administrativa. […] Como es de pública notoriedad, se enriquecieron inmoralmente aprovechando los resortes del poder omnímodo de que disfrutaba Juan Domingo Perón y del que hacía partícipe a sus allegados» ( Sentencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación sobre bienes mal habidos del dictador Juan Domingo Perón ; Corte presidida por Alfredo Orgaz, que confirma lo dicho por el procurador general).
Pares de Perón constituidos en Tribunal de Honor del Ejército concluyeron: «En mérito de los resultados de las votaciones que anteceden, el Tribunal Superior de Honor aprecia, por unanimidad, que el general de Ejército Juan Domingo Perón se ha hecho pasible, por las faltas cometidas, de lo dispuesto en el N° 58, apartado 4 del reglamento del los tribunales de honor: descalificación por falta gravísima, resultando incompatible con el honor de la institución armada que el causante ostente el título del grado y el uso del uniforme; medida ésta la más grave que puede aconsejar el tribunal» (Tribunal de Honor del Ejército, integrado por los tenientes generales Carlos von de Becke, Juan Carlos Bassi, Víctor Jaime Majó, Juan Carlos Sanguinetti y Basilio D. Pertiné, 27 de octubre de 1955).
Me adelanto a resaltar el uso de la fantasiosa expresión «gorila» utilizada cuando no hay argumentos para responder. Esto me recuerda el cuento de Borges titulado «El arte de injuriar», en el que una de las personas que debatía le arrojó un vaso de vino a su contertulio, a lo que éste le respondió: «Eso fue una digresión, espero su argumento».
Es hipócrita el jugar a los distraídos, porque de lo referido en gran medida deriva que se objeten las formas inaceptables del actual gobierno; pero, hurgando en las ideas, resulta que está generalizada la conformidad con el eje del «modelo»: el manotazo al fruto del trabajo ajeno. Muchos son los que justificadamente apoyan la Justicia, pero pocos suscriben la importancia de la propiedad privada, inherente a la idea de la definición clásica de «dar a cada uno lo suyo». La tan necesaria reconciliación debe operar sobre la base del respeto recíproco y a la historia fidedigna.
*Miembro del Consejo Academico de Federalismo y Libertad.
FUENTE: La Nación