Por José Benegas*

“Aquellos que pueden dejar la libertad esencial por obtener un poco de seguridad temporal, no merecen, ni libertad, ni seguridad.” Benjamín Franklin

En la saga de La guerra de las galaxias se entiende mejor el conflicto entre libertad y seguridad que en el debate público actual a partir de la revelación de la vigilancia del gobierno sobre las actividades de la población en Internet. Y no me refiero al programa de defensa estratégica del ex presidente Reagan, sino a la película de George Lucas.

Bien a tono con la frase de Benjamín Franklin, Lucas muestra cómo el guardián esgrime el temor al enemigo como medio para fortalecerse y llega a convertirse en el verdadero peligro. Para que ese proceso ocurra siempre debe forzarse la situación de elegir entre el abismo y el quebrantamiento de los derechos individuales.

El principal peligro del terrorismo es precisamente ese y no las explosiones. Los atentados no están destinados contra las víctimas directas sino contra los sobrevivientes. A ellos se los quiere poner ante la única situación en la cual estarían dispuestos a abandonar sus principios y el ideal de libertad bajo el derecho, que es el principal obstáculo con el que se encuentran los que utilizan el terror como método de imponerse.

No es que el dilema no exista y si hablamos de ficciones basta ver el modo en que el cine de Hollywood y las series actuales tratan el problema en la actualidad con cierta comprensión hacia un poder establecido que se salta sus propias reglas y a la vez una cuota importante de desconfianza hacia los organismos públicos en los que antes sólo había héroes.

El problema de los Estados Unidos con el terrorismo no es nuevo. En América Latina el terrorismo ya produjo su daño treinta años atrás. En cierto punto el Departamento de Estado entendió que ninguna situación por amenazante que fuera podía justificar quebrantar los derechos fundamentales de las personas. En tiempo de James Carter esa política fue central en la relación con América Latina.

Ahora nos encontramos con denunciantes como el señor Edward Snowden, tratados como “enemigos públicos” por develar que la población se encuentra bajo vigilancia en sus comunicaciones en función de la seguridad nacional y en el marco de la Patriotic Act. El señor Putin, cuyo respeto a la libertad individual deja mucho que desear, se da el lujo de burlarse de los Estados Unidos ofreciéndole asilo a Snowden, del mismo modo en que Estados Unidos asilaba a los disidentes soviéticos en el pasado.

Habría que pensar en qué consiste velar por la seguridad de Estados Unidos. ¿Es Estados Unidos otra cosa que su Constitución, su sistema de vida, los valores defendidos por los padres fundadores? No se debe confundir eso con el Estado norteamericano, ni con la mera preservación de la integridad física de la población. Aquí reside el verdadero dilema.

¿Nos meteríamos en una celda para quedar a salvo de los asaltantes de la calle? La decisión que hay que tomar y por la que debería girar el debate es si la libertad vale o no más que la vida. Eso parece indicar casi toda la historia de los Estados Unidos. Basta recorrer Washington DC para verse abrumado por la conmemoración a millones de muertos que ha dado este país en función de una idea tan poderosa y simple como la libertad individual.

Por eso es dramático que el señor Snowden tenga que decir que nunca más se sentirá seguro por haber abierto la boca para preservar los derechos de todos los que se encuentran bajo vigilancia. Entonces lo menos que podemos decir es que no está tan claro quién defiende la seguridad de los Estados Unidos y quién la amenaza. Días atrás aclaraba este ex empleado de la CIA que en el futuro el “Estado vigilante” superará la capacidad del pueblo norteamericano de controlarlo “y no habrá nada que la gente pueda hacer llegado ese punto para oponerse a él. Y habrá una tiranía llave en mano”.

Otros están pensando en cómo limitar la capacidad de la prensa de difundir secretos catalogados como “de estado”, pero no solo los periodistas no son agentes públicos y los secretos han dejado de ser tales desde el momento en que les llega la información, sino que este tipo de medidas son por completo contraproducentes. Si algo se filtró de la oficina pública encargada de resguardar cualquier información, lo peor que podría ocurrirle al gobierno es no enterarse, sobre todo si no se entera por las restricciones que le impuso a quienes deberían informarlo. Si hay una falla de seguridad, ésta en realidad queda revelada y expuesta gracias a la prensa y lo mejor que puede pasarle a un gobierno es que sus periodistas cuenten cosas al público, en lugar de que se las enteren en silencio sus enemigos. ¿Qué cosa no puede lograr un espía que sí pueda lograr un medio de prensa?

Lo más importante es estar muy atentos a los principios y valores en juego, para que el terrorismo no logre su principal objetivo que es que nos parezcamos a ellos. Porque si todo es igual el único orden subsistente es la ley del más fuerte, que es el terreno en el que se sienten más cómodos.

 

* Abogado y periodista. Conductor de Esta lengua es mía (FM Identidad 92.1).