*Por Bernardo Congote
¿Está ciega la sociedad argentina? O peor¿enajenada? Después de varias décadas viviendo una versión degradada de Disneyland, la Argentina seguiría resistiéndose a ver sus realidades. Y este sería el peor enemigo de Macri y de Cambiemos en este 2019 electoral. Ni siquiera Cristina, inclusive presa, o alguno de su cuadrilla, inclusive libre.
La enajenación es como un sicotrópico. Conserva la mente alejada de la realidad; induce a distorsionar los hechos o favorece el invento de hechos que confirmen los delirios del paciente. Y, como el cáncer, no se produce de un día para otro. El cuerpo se va comiendo a sí mismo, lenta pero seguramente,de modo que cuando aparece el tumor ¡se hacetarde!
Ni más ni menos es el reto al que se enfrentaría el país. El tumor apareció, grande y maloliente. Los argentinos no podían seguir comiéndose la torta pretendiendo, al tiempo, conservarla intacta. Cambiemos decidió mostrar que la torta había desaparecido y sólo quedaba un tumor. Y paga el precio del desprestigio. “Matar al mensajero”, se llamaría la tragicomedia.
La torta, hoy tumefacta, reposa en el vacío estómago de subsidiados y pensionados; en los cancerosos programas sociales; en las parasitarias de las mafias sindicales; en los bolsillos sin fondo de los politiqueros; en las cajillas de los empresarios venales; en las bóvedas de los conventos. ¡En fin!
Convertida en tumor ha destapado un panorama ruinoso para muchos, opulento para pocos. Mientras los pobres que eligieron y reeligieron a los tramposos pasan hambre, los empleados públicos se regodean en fortunas sin límite; también la mafia de los transportistas, los coimeros de la obra pública ylos privilegiados “profesores”.
El tumor aparece, putrefacto, en apartamentos lujosos que ostentan los ladrones en Miami o New York, faltando datos de otros municipios. El tumor ha destapado otra grieta de la que no se habla: la de la miseria generalizada versus los privilegios minoritarios.
El secretario de Kirchner, quien confesó reproducido por A Dos Voces este febrero, que “su plata no era de él”, habría acumulado 250 propiedades inmobiliarias adentro y afuera de la Argentina. Alguna de las más costosas ubicada en el corazón de Manhattan donde se regodean los magnates globales. Con la diferencia de que muchos de ellos trabajan o dan trabajo. No el secretario de Kirchner quien sólo le hacía corretajes inmobiliarios a los misteriosos “dueños de la plata”.
Por Buenos Aires habría estos días alguna manifestación contra el juez Rodríguez. Hace varios años, hubo otra grande pidiendo justicia por Nisman. Pero la enajenación impide una manifestación contra Cristina. Tampoco contra Cristóbal o Boudou. Menos contra “Hugo, Paco y Luis” de los Moyano. Y ni de lejos contra Bergoglio o sus representantes locales; un tal Grabois o el obispo Radrizzani, por ejemplo.
La enajenación sólo produce reacciones abstractas. Tibias. Superficiales. Explicativas del miedo que tendrían los argentinos, no a sus ladrones, sino a ver perdidas sus ilusiones. El miedo a enfrentar que,durante casi un siglo, unos vivos se engulleron las riquezas logradas por los ancestros a partir del último cuarto del siglo XIX.
El siglo XX sí que fue cambalache. Feria del derroche. De la impertinencia. De las fiestas pagadas con la riqueza acuñada por otros. De las dictaduras buscando restablecer privilegios. Y una democracia que sigue siendo una niña indefensa. Harapienta. Sin amigos. Con ciudadanos que parasitan como arrendatarios de la República.
La democracia significaba trabajar. Exportar. Producir. No solamente elaborar constituciones y acuerdos en la Casa Rosada. Poner en orden las provincias y no seguir prometiéndoles el oro y el moro desde Olivos. Significaba poner a la iglesia en su sitio. Obligarla a que sus riquezas alivien el estómago de los pobres.
La torta se la engulleron los ideólogos progres aupados por los Franciscos que andan agazapados por doquier. Por los que, resucitando un peronismo vergonzoso, siguen culpando al médico por la enfermedad y proponiendo como salida ¡que gobiernen las bacterias!
Congótica. Cuando en Colombia se robaron una valiosa joya colonial de la iglesia del pueblo de Badillo, el cantautor Escalona gritó: “Hay que empezá del cura abajo a requisá”.
*Miembro del Consejo Internacional de la Fundación Federalismo y Libertad (www.federalismoylibertad.org), profesor universitario colombiano y autor de La Iglesia (agazapada) en la violencia política (www.amazon.com).