Por Facundo Iñaki Guerrero

La política no dejó, ni dejará de ser política, incluso, en medio de la mayor crisis sanitaria de nuestros tiempos. Y no hay nada que nos lleve a pensar que, la carrera presidencial de la primera potencia mundial, sería una excepción.

Hacia mediados de Marzo, a pesar de la aparente reacción tardía frente al coronavirus, la reelección de Donald Trump, el 3 de Noviembre, parecía una apuesta segura, o por lo menos así lo insinuaban la encuestadora Gallup y el instituto de sondeos Monmounth, quienes afirman que el magnate contaba con un 49% y 50% de aprobación en su gestión, respectivamente. Estos números posicionaban al presidente con una aprobación récord desde su impeachment. Sin embargo, para fines de Abril, la misma encuestadora arrojó los siguientes datos: 54 % de desaprobación, 43 % de aprobación, es decir, seis puntos abajo de la anterior encuesta.

Esta caída de imagen no se dio de forma espontánea, mas bien, vino de la mano de la severa contracción interanual del Producto Interno Bruto (PIB), estimada en 4,8% durante el primer trimestre de este año, sumado al disparo de la tasa de desempleo, que pasó de mínimos históricos a avizorar una situación similar a la década del ’30.  Y a diferencia de los países de América Latina, las medidas de aislamiento social en EE.UU. no terminaron de cuajar para un gran sector de la población, especialmente, para los sectores más conservadores y de ultraderecha, es decir, el núcleo duro de votantes de Trump, quienes percibieron estas medidas intervencionistas como una suerte de traición.

Pero esto no fue lo único que cambió rotundamente en cuestión de meses, también lo hizo el discurso de Trump y su posicionamiento frente a China.

El 7 de febrero, mucho antes de la propagación del virus en el continente americano y su respectivo desplome económico, el presidente de los Estados Unidos dio una rueda de prensa, luego de hablar con su homólogo chino, Xi Jinping. Ante la prensa mundial, Trump elogió la labor del gobierno chino, diciendo que se estaba llevando acabo un “trabajo muy profesional” para frenar el avance del coronavirus. Además, un mes atrás, el 15 de Enero, ambos países habían firmado un acuerdo bilateral para poner fin a la guerra comercial desatada a principios de 2018.

Sin embargo, este trato de buenos vecinos comenzó a resquebrajarse en el momento que Estados Unidos se vio afectado directamente por la pandemia. De hecho, sólo cuando este pisó sus tierras, el presidente Trump se refirió al COVID-19 como “virus chino”; críticos y adeptos no tardaron en llegar. Deteniéndonos en este asunto, suponer que este término fue “accidental”, sería subestimar la inteligencia del presidente y de su equipo de comunicación, ya que es sabido que sus declaraciones podrían acarrear responsabilidades internacionales con, nada menos que, la segunda potencia económica, China.

Así que, con un horizonte negro y una reelección pendiente, Trump buscó un “enemigo externo” a quien culpabilizar por los desatinos de su propia gestión en el manejo de la pandemia. Su estrategia comunicacional fue coherente y comenzó a extremarse a medida que la situación económica se acaloraba y su imagen caía.

Comenzó por identificar al virus directamente con China (“virus chino”), prosiguió con un argumento más moderado, haciéndola responsable de la propagación del COVID-19 por un manejo negligente, y en última instancia, enarboló la teoría que el virus había sido creado en un laboratorio de Wuhan – China, con el objeto de destruir economías extranjeras y convertirse definitivamente en el hegemón mundial.

Esta última teoría conspirativa tomó mucha fuerza en Estados Unidos, y fue impulsada por uno de los principales medios de comunicación del país, Fox News, el cual se mostró en numerosas oportunidades favorable al gobierno de Donald Trump.  A pesar que, desde un comienzo, el doctor Anthony Fauci, epidemiólogo y asesor directo del gobierno, haya descartado públicamente toda probabilidad que el virus sea de origen no animal.

Ahora, pareciera ser que, el mandatario tratará de sensibilizar a la población, buscando puntos de identificación en común con todo estadounidense, por lo que este miércoles hizo la siguiente declaración: «Este es el peor ataque que hemos tenido. Es peor que Pearl Harbor. Es peor que el World Trade Center. Nunca ha habido un ataque así», haciendo alusión al ataque japonés de 1941, que supuso la entrada de EEUU a la Segunda Guerra Mundial y los atentados del 9-11, donde fallecieron más de tres mil personas.

Los mensajes del mandatario son claros y contundentes. En estos momentos, todo apunta a que Trump, mantendrá su estrategia comunicacional buscando repuntar su imagen, en cara a las elecciones de noviembre, señalando a China como un “enemigo externo” que busca destruir la grandeza del pueblo estadounidense, fomentando así, el nacionalismo a ultranza a través de discursos sentimentalistas, donde evidentemente, el redentor del pueblo, y quien podrá salvarlos de esta crisis será él mismo, con la ayuda de sus votos, por supuesto.

Los siguientes meses pondrán a prueba el liderazgo y la habilidad comunicacional de Trump para reconquistar a sus electores, en medio de una de sus mayores crisis económicas y sanitarias, que ya suma más de 30 millones de solicitudes de subsidios por desempleo y más de 70.000 muertos a causa de coronavirus.